III

Caracas: verdad y ficción

 

«El vacío que sirve de lugar»

Michel Foucault

 

«Tomo posesión de esta tierra en nombre de Dios y del Rey», dijo Diego de Losada al fundar la ciudad de Caracas el 25 de julio de 1567, y la describió como la conociera:

Tiene su situación la ciudad de Caracas en un temperamento tan del cielo, que sin competencia es el mejor que cuanto tiene la América. Parece que la escogió la primavera para su habitación continua, pues en igual templanza todo el año, ni el frío molesta ni el calor enfada. Sus aguas son muchas, claras y delgadas, pues los cuatro ríos que la rodean a competencia le ofrecen sus cristales, pues sin reconocer violencias del verano, en el mayor rigor de la canícula mantienen su frescura.*

La ciudad que fotografiamos dista mucho de la descripción de Diego de Losada. En el abismo de esa distancia es, al mismo tiempo, cielo de ese cielo, agua de esa agua, río de ese río y, todos los días, montaña de la misma montaña.

Contemplamos esas apariciones desde el estrecho orificio de una cámara estenopeica. Nos ampara su oscuro vacío, su constitución austera —aun artefacto—, la ausencia de óptica y la exigencia de un tiempo dilatado más largo al necesario con una cámara convencional. Este tiempo extendido significa mayor contemplación, y entonces resulta posible un pulso detenido en el que podemos estar verdaderamente. Las consecuencias de usar este recurso han sido fundamentales para su elección, pero nuestro compromiso no es hacia su aspecto técnico, sino hacia lo fotográfico, que retorna en imagen como cultura, como lenguaje y como huella. Un hacer sensible donde es posible aprehender lo real de nuestra ciudad como pensamiento puro, sin perder su realidad como hecho, su manifestación, su apariencia.

No intentamos captar el rastro de la ciudad que desaparece, ni sustituir a la ya evaporada con imágenes dolientes de una realidad que está en constante combustión. Abordamos el espacio urbano desde nuestro tiempo inmediato, y también desde nuestra memoria personal y ciudadana. Intermediarias, dialogantes, conscientes de la imposibilidad de la fotografía para reflejar el mundo, pero capaz de mostrarlo tal y como lo percibimos en un tiempo determinado que, además, es mutante.

Sabemos que no es posible restituir a la ciudad de todos los días con la que añoramos, o con la que no conocemos todavía —la del mañana, la que no ha llegado—, porque nuestra mirada y los recursos que utilizamos están dados a la medida de lo humano que conforma nuestra necesidad y, también, nuestro deseo. Fotografiamos algo que existe: en su belleza, su horror, su vitalidad y su mengua.

En algunas ocasiones, las imágenes retornan con un pensamiento oculto, como la creación que sucede a la destrucción o a la muerte. Nos maravilla la autonomía y el misterio de esas metáforas chispeantes e iluminadoras que revisten de albor, aunque brevemente, a la noche que nos ha devorado. No es secreta la violencia cotidiana y atroz que comparte el paisaje con nosotros, pero agradecemos la posibilidad redentora de la imagen para aliviarnos en su contingencia.

Encontramos espacio en esa desaparición, lejos de ejercicios geográficos o vinculantes. No transitamos de norte a sur, o de este a oeste. Nos movemos de montaña a penumbra, de arquitectura a religión, de personas a bosque, de nubes a ramas. «Tan del cielo». Tan de luz.

 

Texto por Laura Morales Balza

 

 

*Carmen Clemente Travieso. Las esquinas de Caracas (2001). Caracas: Editorial CEC, SA. Los Libros de El Nacional.